“Por qué no nací pobre y siempre tuve un miedo inconcebible a la pobreza” Osvaldo Rodríguez en su canción Valparaíso.
Nuestras ciudades, (donde supuestamente habitan los ciudadanos), cada vez más se han segregado, segmentado, convertido en archipiélagos amurallados incluso también segregados en sí. Los ciudadanos[1], lejos de los conceptos jurídicos incluso políticos, ya muy antiguos en nuestra historia, son esencialmente, para este escrito: humanos que viven en las ciudades y eso abarca no solo aquellos que tienen derecho a voto o posibilidades de participar en los asuntos de estado.
Ciudadanos hoy en día son aquellos seres humanos que habitan en la ciudad, ya sean hombres, mujeres, niñas y niños, emigrantes, inmigrantes, legales e indocumentados y no necesariamente aquellos que la ley de votaciones reconoce como tales. Esto último es lo que dice la Rae: (M, y f. Persona considerada como miembro activo de un Estado, titular de derechos políticos y sometido a sus leyes.).
Desde tiempos inmemoriales nuestras ciudades han tenido separaciones de grupos humanos, incluso cuando la muralla circundante obligaba a tener a todos juntos, había barrios de ricos, barrios de artesanos, de comerciantes, de cultos religiosos, artistas, defensores de las murallas, de esclavos y de pobres, recintos carcelarios, hogares de menores, hogares de ancianos y nosocomios. Sin embargo, hoy en día con un planeta humano casi enteramente dominado por la cultura del mercado, comunicacionalmente sostenido por sistemas audiovisuales muy poderosos, como la televisión, el cable, internet satelital, las redes digitales y la prensa monopólica, donde el dinero para consumir, resulta ser la meta principal de la mayoría de la ciudadanía, inducida por una red neuronal controlada, donde los axones van conectados al celular y cada celular extiende centenares de dendritas de enlace con otros seres y máquinas. Hoy en día más que ciudadanos, los habitantes de toda edad son consumidores. Ya el 2019, en Chile la cantidad de equipos conectados era al 131% de la población, más que en toda Latinoamérica.
Hoy en día, julio 2023, somos 19.768 533 de personas (Country Meters) y hay más de 33.000.000 de equipos activos.
En este contexto, brevemente descrito, los impulsos que construyen la ciudad de hoy tienen que ver con la repulsión a pobreza económica, el acceso al consumo, y la “guetificación”[2] de los ricos. De allí que, por un lado, el “miedo a ser pobre” domina a todos aquellos que dependen de un sueldo, pensión, bono, ayuda, ingresos esporádicos escasos o de ninguno. Por otro lado, también a aquellos que son ricos o se consideran no pobres, los domina el miedo a la cercanía a los pobres. Aquí sería interesante el estudio de la población “aspiracional”, que aspira a no verse ni sentirse pobres y lo hace mediante el consumo simbólico (un asunto sociológico actual, intenso y complejo).
En Chile de hoy hay barrios completos y virtualmente aislados para los ricos, carreteras especiales para los ricos, seguridad para los ricos, espacios especiales en los aeropuertos VIP, (very important person) que todo pasajero común (NIP) mira con envidia y deseo, que hacen creer a los que tiene la tarjeta adecuada que son realmente VIP.
Para este articulo la aporofobia[i] afecta a quienes tienen fobia a los pobres y a quienes tienen fobia a ser pobres.
Antiguamente las ciudades se segregaban por muchos motivos, hoy en día hay que agregar la aporofobia en sus dos definiciones, y este motivo ha pasado a ser el más importante respecto de cómo se construye y distribuye el territorio urbano.
Metrópolis conurbadas como Santiago de Chile, han sumado pequeñas urbes del siglo pasado, tales como San Bernardo, Colina, Maipú, La Florida, Puente Alto, donde se habían construido espacios tranquilos para habitar de grupos de entonces llamados de clase media, asalariados y no ricos. De por si esto construye una megaciudad segregada, incluso se podría anotar segregada “gravitacionalmente”. Todos los desechos sanitarios, la basura, la deriva de smog, las aguas contaminadas, las industrias sucias, etc., se establecieron bajo la cota de 500 m snm. De las grandes cuencas del rio Maipo y Mapocho. Lo ricos al oriente en altura y los pobres al poniente bajo. (como decía mi abuelita: “ley del gallinero”). Es más, la industria inmobiliaria. Dominada por los guetos ricos de la ciudad, ha desarrollado en comunas populares (Pobres, para pobres) una nueva “muestra de maldad aporofóbica” desarrollando enormes edificios en altura, con departamentos pequeñitos, malos ascensores y mala arquitectura, pésima conectividad, miles de familias acinadas, todo para desarrollar vidas infernales sólo para pobres[3]. Los llamado Guetos verticales son hoy una vergüenza de la arquitectura y el urbanismo aporofóbicos
Algo semejante pasa en Lima, Perú, y es notablemente diferente en capitales del Atlántico, Rio de Janeiro, Sao Paulo, Montevideo, y Buenos Aires. que son ciudades que un conservan un aire de mayor integración socio económica.
Valparaíso es como siempre una ciudad especial, durante este siglo, ya no quedan ricos, no hay industrias. La ciudad, es casi enteramente “pobre”, se ha destruido y descuidado por sus propias autoridades sus habitantes y sus habitantes han cambiado notablemente. El plan, que es la zona plana ganada al mar, donde estaba el “centro”, se fue quedando sin habitantes, allí está en un destruido Almendral el Congreso de la República, luego algunos antiguos cines convertidos en bodegas, ferias y multi salas, luego el barrio de la municipalidad, los bancos, la intendencia y finalmente la aduana. Un territorio curioso por su falta de habitantes, sus manzanas derruidas, patrimonios abandonados. A partir de las horas finales del comercio, queda abandonado y sin habitantes visibles, edificios apagados. Solo se salvan, durante el día, sus barrios universitarios, los mercados, habitados por mucha gente y funcionarios que no viven allí. Todavía queda una franja de habitantes no ricos y no pobres entre el plan y un poco más arriba del camino cintura, o en la parte media de Playa Ancha o Bellavista otros. La parte alta sufrió por encima del camino un enorme incendio de 3000 casas, lo que pauperizó a muchos de los habitantes de los cerros.
Chile sufre acumulativamente de el aumento sostenido de sus habitantes que habitan en territorios ilegalmente ocupados, irregulares, con casi nada de urbanización, en los llamados campamentos, que en los años de pandemia subieron de cerca de 600 a más de mil en todo el territorio nacional, todos en extrema pobreza, familias nuevas, familias que ya no pueden imaginar comprar un terreno o una vivienda, y miles que ya no pueden pagar un arriendo formal. 30.976 familias registró a finales de 2022 el catastro nacional de campamentos de Techo para Chile. Sólo en la Región de Valparaíso hay 280 campamentos, con más de 18.000 familias, de los cuales un buen número están en la comuna Puerto, según el estudio, más de la mitad de quienes viven en campamentos están bajo la línea de la pobreza, o sea son extremadamente pobres.
En Valparaíso, la aporofobia muestra todos sus resultados calamitosos, la ciudad, hoy en estado crítico en muchos frentes, tiene a muchos de sus ciudadanos actuales bajo la línea de la pobreza, en asentamientos urbanos irregulares, (un eufemismo de UNESCO), segregados a territorios no urbanizados. Mala salud, mala educación, mal acceso al trabajo, servicios de agua, luz y alcantarillado deficientes, escasa seguridad pública y pocas soluciones ante desastres como aluviones, lluvias, incendios, terremotos…
¿Como llegamos a esto?, pues en décadas, donde la aporofobia hizo su trabajo cultural económico, de desarrollo frustrado y frustrante. Los urbanistas de corazón nunca pidieron sobreponerse al mercado, que actúa hoy solo por codicia.
¿Como se arregla esto? pues con un largo y paciente trabajo cultural y político, donde hay que extirpar el virus de la aporofobia en los habitantes y sobre todo en las “clases” políticas que, con buen sueldo, bien cobijados alimentados con un estado de bienestar excelente asegurado, deben tomar las decisiones éticamente correctas, (nótese que no escribí ni económicas ni políticas).
Msc. Ing. Pedro Serrano Rodríguez
Director Unidad de Arquitectura Extrema UTFSM
Miembro Foro Altos Estudios Sociales de Valparaíso
Presidente directorio Fundación TERRAM para el desarrollo sustentable
Fellow de ASHOKA
[1] Un ciudadano o ciudadana es un concepto jurídico, filosófico y político que ha sido usado desde tiempos antiguos y a lo largo de la historia, aunque no siempre de la misma manera, pero en general designa a una persona física que es parte de una sociedad o entidad territorial. Wikipedia
[2] Un gueto (del idioma italiano ghetto) es un área separada para la vivienda de un determinado grupo étnico, cultural o religioso, voluntaria o involuntariamente, en mayor o menor reclusión. El uso se ha extendido hoy a cualquier área en la que la concentración de un determinado grupo social es excluyente.
[3] El presente de 15 “guetos verticales” de Estación Central: no son habitados por falta de recepción (biobiochile.cl)
[i] “La aporofobia (del griego ἄπορος áporos ‘pobre’ y φόβος fóbos ‘miedo’) es el miedo y rechazo hacia la pobreza y hacia las personas pobres. Es la animosidad, hostilidad y aversión, respecto de las zonas o barrios carenciados y respecto de las personas pobres, o sea, frente a aquellas personas que se encuentran desamparadas y con muy pocos recursos.”
El concepto de aporofobia fue acuñado en los años 1990 por la filósofa Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, para diferenciar esta actitud de la xenofobia, que solo se refiere al rechazo al extranjero y del racismo, que es la discriminación por grupos étnicos. La diferencia entre aporofobia y xenofobia o racismo es que socialmente no se discrimina ni margina a personas inmigrantes o a miembros de otras etnias cuando estas personas tienen patrimonio, recursos económicos y/o relevancia social y mediática.
“La aporofobia consiste pues en un sentimiento de miedo y de rechazo al pobre, o sea, al desamparado, al que no tiene medios. Tal sentimiento y actitud son adquiridos.”
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