Contexto local
Nuestra universidad se ha visto impactada este primer semestre por un paro de estudiantes -a mi juicio- bastante inédito.
Un paro que partió -como ya es la tradición de los últimos 5 años- en mayo. Sin una bandera de lucha o norte claro (recordemos que los estudiantes pararon para analizar por qué parar). Un sinfín de temas aparecieron en los petitorios, desde situaciones como la plaga de palomas hasta la salud mental asociada a la carga académica. Recordemos que por este último tópico paralizaron los estudiantes de arquitectura de la UCH. Estos últimos -referentes de los nuestros- estuvieron 2 semanas en paro y llegaron a un acuerdo con sus autoridades. En Sansanilandia, fieles a la tradición de ser los últimos en subirse y los últimos en bajarse, después de más de dos meses se estaría ad portas de un acuerdo.
Cuando se estuvo al borde de lograr por primera vez ese anhelado acuerdo, se tranco todo una vez más debido al calendario de cierre del 1er semestre que intento imponer la VRA. Esta vez la autoridad le regaló una verdadera razón y bandera de lucha a los estudiantes, un incentivo para justificar la radicalización de su postura.
Confrontación generacional
A mi juicio personal lo que devela en el fondo este conflicto es una confrontación generacional.
Quizás los jóvenes no han tenido la claridad para plantearlo, pero si uno lee entre líneas, lo que se enfrentan son dos visiones diferentes de mundo.
Por una parte los viejos y los jóvenes viejos, crecimos en el paradigma de que las cosas en la vida se consiguen con “sangre, sudor y lágrimas” y que cuándo se consiguen de otro modo no tienen valor. A la USM se viene a sufrir habremos escuchado a más de algún colega… En mis tiempos nos sacábamos la cresta estudiando… Sin sacrificio no hay aprendizaje. Y por supuesto no podemos olvidar la frase brutal de antaño: “La letra con sangre entra”. Todas expresiones dichas con absoluta naturalidad y convencimiento.
La influencia alemana
Esta universidad tiene una clara impronta histórica de la escuela alemana, en cuanto a estilo y modelo de aprendizaje; es cosa de irse a tomar un café a la sala de profesores y recorrer la galería de próceres. Padecí la escuela alemana en la Deutsche Schule de Valparaíso y sé de lo que hablo: un sistema violento en esencia, tanto sicológica como físicamente hablando.
En la década de los setenta había en la USM un profesor alemán de educación física llamado Kurt Schmidt
Cuentan la anécdota cuya veracidad no me consta, de que este profesor vaciaba una caja de chinches en el 1er cuarto del cajón para inducir a los estudiantes a apoyar correctamente las manos sobre el mismo, para poder ejecutar con éxito un salto. Básicamente ese es un ejemplo del rigor de la escuela alemana en su versión local.
La culpa católica
Lo anterior, sumado a la fuerza de nuestra cultura católica basada en la culpa y el pecado, genera la peor de las combinaciones.
Venimos a este mundo para sufrir y ganar el cielo… Hay que hacer penitencias para lavar los pecados y purgarlos antes de llegar al cielo, esto hace que estemos acostumbrados a tomar con toda naturalidad la metodología del sufrimiento para lograr esa meta.
Esta visión es la que están poniendo en crisis hoy los jóvenes, inconscientemente. Ellos hoy valoran más el placer, el tiempo libre y el ocio; la religión ha dejado de tener la influencia que tuvo en nosotros.
Los jóvenes de hoy apuestan por mayor calidad de vida y eso -desde luego- compromete a sus procesos formativos.
¿Por qué sufrir para aprender?
¿Por qué pasarlo mal para obtener un título?
¿Por qué estresarse para rendir más?
Resulta muy diferente asistir a la universidad para intentar ser feliz en la vida a través del cultivo del saber (la belleza del pensar), que para obtener lisa y llanamente un título y así poder calificar para obtener una tarjeta de crédito y acceder a bienes de consumo. El choque entre la universidad clásica y la mercantilista, la que fabrica profesionales a como dé lugar y -ojalá- en el menor plazo posible. Es precisamente por esto que simpatizo con la idea de que los títulos profesionales salgan de la universidad hacia otros organismos vigilados por el estado.
Qué enseñar
Una vez un exalumno me dijo: “Usted profe no se ha dado cuenta, pero le ha cambiado la vida a muchos”. Me dejó pensando y -claro- esa es precisamente la labor de un educador: cambiar vidas para formar mejores personas. Le comenté esta reflexión a un colega y me aterrizó bruscamente: “Yo estoy acá en la universidad para enseñar termodinámica, no para cambiarle la vida a nadie”. “Sí, pero quizás el estudio de la termodinámica le logre cambiar la vida a alguien…”, repliqué. Me miró con el ceño fruncido, no muy convencido.
Pienso que en un futuro no tan lejano la ingeniería y la arquitectura la desarrollarán las máquinas. Habrá algunas haciendo cirugías, otras reparando máquinas o programándolas.
¿Y a qué se vendría a la universidad? A aprender a ser humanos, a adquirir habilidades blandas tales como: trabajo en equipo, solidaridad, ética, moral, compasión, resolución de conflictos, cooperación, resiliencia, etc. Imagino que las disciplinas que retomarán un rol trascendental serán -en general- las ciencias sociales: sociología, antropología, filosofía y sicología). Tendremos que enseñarles a los humanos a ser humanos y como las máquinas resolverán la mayoría de los quehaceres cotidianos, al ser humano del futuro le sobrará tiempo para el ocio y el esparcimiento y en esas áreas se concentrará el campo laboral: arte, música, deportes, juegos, etc.
¿Estamos preparándonos para ese mundo?
¿Las universidades técnicas a qué se abocarán?
Cómo enseñar
Con el apoyo y uso de toda la tecnología y basado en problemas y proyectos. Pienso que el uso del teléfono inteligente debería permitirse en clases y evaluaciones para trabajar en cuestiones académicas. Su prohibición equivale a lo que me tocó vivir como estudiante, época en la cual sólo se permitía el uso de la regla de cálculo en matemáticas y se vetaban las calculadoras electrónicas. ¿Hoy quien cuestionaría eso? El aprendizaje basado en proyectos nos brinda a los arquitectos una gran oportunidad para exportar el modelo de nuestros talleres hacia otras disciplinas, cuestión en que fue pionera la profesora Angela Schweitzer (q.u.e.p.d.) junto al Depto. de Informática hace muchos años.
La universidad del futuro
Finalmente, pienso que la universidad del futuro debería ser la de la felicidad, es decir: el lugar en donde se viene a aprender a ser feliz, a ser persona y no solamente a obtener un título habilitante.
Después de todo, capaz que los jóvenes en paro no estén tan perdidos como algunos suponemos.
Pablo Barros Lafuente / 05-08.19